IGNACIO MARTÍN BARÓ

Guerra

 

El servicio a las mayorías populares debía comenzar con un diagnóstico psicológico de la guerra, sufrida de manera directa por los pobres, independientemente del ejército en el cual se encontrasen. Las víctimas eran bajas o a veces comunidades enteras forzadas a abandonar sus hogares para huir al exilio o buscar refugio en territorio salvadoreño. Martín-Baró encontró que la guerra se caracterizaba por la violencia, la polarización y la mentira institucionalizada. Lo mejor que cada lado tenía que ofrecer había sido destruido por el enemigo respectivo, "la razón es desplazada por la agresión, y el análisis ponderado de los problemas es sustituido por los operativos militares".

Martín-Baró advirtió sobre la división de la sociedad por una especie de "espejo ético", que hizo que ambos lados se contemplasen como "ellos" y "nosotros", "los buenos" y "los malos". Cada grupo estaba separado por un abismo insalvable, en el cual no cabía el sentido común. La mentira ocultaba estas realidades y al mismo tiempo reforzaba la idea que la única solución a la violencia era más violencia: "casi sin darnos cuenta nos hemos acostumbrado a que los organismos institucionales sean precisamente lo contrario de lo que les da la razón de ser: quienes deben velar por la seguridad se han convertido en la fuente principal de la inseguridad, los encargados de la justicia amparan el abuso y la injusticia, los llamados a orientar y dirigir son los primeros en engañar y manipular".

A Martín-Baró no le pasó desapercibido el cambio de la naturaleza de la guerra sucia a la psicológica, ocurrido a mediados de la década de los ochenta; sin embargo, encontró que no había mayor diferencia entre una y otra. Aun cuando durante el gobierno de Duarte el perfil de la violencia cambió, el nivel de la polarización disminuyó -en su mayor parte por cansancio y desilusión ante las posturas extremas- y el ocultamiento sistemático de la realidad experimentó una transformación obvia, la guerra seguía siendo tan destructiva como antes.

En el prólogo de Acción e ideología (1983), Martín-Baró describió con bastante exactitud las dificultades y el privilegio del quehacer académico, en un país en guerra como El Salvador. Ahí explicó que esas páginas habían sido "escritas en el calor de los acontecimientos, en medio de un cateo policial al propio hogar, tras el asesinato de algún colega o bajo el impacto físico y moral de la bomba que ha destruido la oficina donde se trabaja. Estas vivencias [...] permiten adentrarse en el mundo de los oprimidos, sentir un poco más de cerca la experiencia de quienes cargan sobre sus espaldas de clase siglos de opresión y hoy intentan emerger a una historia nueva. Hay verdades que sólo desde el sufrimiento o desde la atalaya crítica de las situaciones es posible descubrir".

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